En el mejor momento de la industria indie de videojuegos aparece un prototipo de consola hackeable y expandible que se pone a la par de Nintendo, Sony y Microsoft: Ouya saldrá en marzo, será portable y su costo no llega a cien dólares.
Por Hernán Panessi
Parecía difícil, pero ante la debacle de la mayoría de los mercados tradicionales de las industrias culturales, hay uno en franca expansión: los videojuegos. El año pasado apareció una película que contaba las peripecias de un grupo de jóvenes desarrolladores que intentaba terminar y posicionar sus productos. Indie Game: The Movie reflotaba la esperanza de quienes daban toda su vida por los fichines: “Si fracaso, me suicido”, dice allí el intenso Phil Fish, creador del juego indie FEZ. Y a cambio recibían... bueno, no mucho. En esa coyuntura, enlazados a aquella lógica de autogestión y puro pecho, brotó una novedad absoluta: una consola de videogames que permitirá crear nuestros propios juegos, publicarlos y hasta incluso modificarlos, toquetear la consola, hackearla y hacer crecer su hardware. Se llama Ouya, se pronuncia “uuu-yah”, saldrá en marzo, es norteamericana y se parece a un cubo mágico.
En los cambios de paradigmas tecnológicos, Ouya, que se dispara a la dimensión sideral de las epopeyas modernas, se inscribe en el concepto de “código abierto”: aquel donde el software deviene libre, apoyado en los beneficios del acceso ídem a su código. La fuente abierta de Ouya la deja lista para crecer: otra vez, modificable, toqueteable, hackeable. Esta consola, que funciona con el sistema operativo Android, fue posible gracias otra tendencia 2.0: el financiamiento colectivo o crowdfunding. Julie Uhrman (fundadora) e Yves Behar (diseñador) subieron el proyecto a Kickstarter y el primer día obtuvieron 950 mil dólares. Y unos 8,5 millones en total. Si bien todavía su venta al público no fue oficializada, ya hay argentinos que la tienen: “Estamos haciendo pruebas para ver cómo funciona”, cuenta Hernán Sáez, desarrollador independiente en Videogamo (responsables del arcade Nave y del videoclip-juego Hoy, de la banda Bicicletas). Es que Ouya todavía es un prototipo. Un concepto mutable que busca feedback –otra vez: autogestión, retroalimentación– para encontrar su punto justo. ¿Cómo conseguirla? A través del sitio de la compañía (www.ouya.tv), por ahora. Y podrá ser reservada vía Amazon.
Y en el mejor momento de los videojuegos independientes, la empresa Activision anuncia el nuevo, flamante, nunca antes visto... Call of Duty, juego de disparos en primera persona que casi ininterrumpidamente desde 2003 cuenta con una frecuencia anual, denotando el poco riesgo que abordan las grandes compañías. A costa de sus presupuestos astronómicos (algo así como 40 millones de dólares, ¡Hollywood en fichines!), las majors de los videojuegos no se la juegan y van a lo seguro. Por ello, desde los márgenes ocurre un fenómeno inverso: se da rienda suelta a la imaginación y hasta suceden milagros. ¿Quién iba a imaginar un juego en torno de un pedazo de carne saltarín financiado por el mainstream? Para rastrear: Super Meat Boy.
Así, el culto por lo diferente sumado a los nuevos aires traídos por plataformas de difusión y comercialización digital como Steam o Steam Greenlight (donde desarrolladores indies suben sus proyectos, el público los vota y el ganador obtiene una distribución mundial, convirtiendo cualquier juego hecho por algún hijo de vecino en un éxito instantáneo; sin olvidar al boom 2.0 de la financiación colectiva, hicieron que proyectos como Ouya se posicionen directamente en un lugar de privilegio. Ese que, en la historia de Kickstarter, el sitio de crowdfunding nacido en 2009, se erige como el segundo en obtener más dinero, tras la aplicación de diseño Peeble: E-Paper Watch, que juntó más de 10 millones de dólares.
Hay que tener en cuenta que Ouya no competirá con las plataformas de Microsoft, Sony o Nintendo, sino que viene a captar un nicho abandonado por las grandes firmas: el de los hardcore gamers, los desarrolladores, los de la cultura independiente, los amantes del retrogaming y, ajam, en consecuencia, algunos modernosos. En un momento histórico en donde los smartphones y las tablets están ganando terreno a las PC y todas ellas a las consolas, Ouya arremete como un concepto intermedio: es barata (su valor será de unos 99 dólares), portable, tiene Internet, gamepads y se juega con una TV. Parece que el cosmos de los desarrolladores se volcará hacia ahí. Habrá que ver, claro, cómo monetizará para que todos ganen.
Dado que aún no hay juegos terminados –quienes tienen el hardware lo consiguieron a través del “kit de desarrollo” ganado en Kickstarter por 700 dólares–, lo que abundan son demos, emuladores y juegos en versión beta. “Estoy en la mesa de trabajo. Tengo como proyecto hacer un juego para la Ouya”, dice Douglas Grillet, desarrollador egresado de la escuela Image Campus, otro de la tríada de personas que poseen la consola en nuestro país. El tercero es Máximo Balestrini, también de Videogamo. Aquí, entonces, el mercado más razonable será el del Free-to-Play (videojuegos sociales/aplicaciones móviles que dan opción a los usuarios de jugar o descargar sin necesidad de pagar), monetizando cuestiones satelitales como más niveles, elementos adicionales y cuestiones estéticas. A la sazón, Grillet agrega: “Se trata de una consola muy poderosa. Posiblemente más que una PlayStation II y una XBox I juntas”.
La Ouya, que todavía no terminó de desembarcar y ya prometió renovarse una vez por año, tiene algunas saludables competidoras. Tal es el caso de Gamestick (www.gamestick.tv), que también funcionará en base Android. Pero, claro, al tratarse de la primera, mantiene el foco de atención. El mismo que posicionaron Google, Netflix, Amazon y Hulu para aliarse y hacer servicios de streaming en conjunto. El mismo que en la última Game Jam –suerte de zapada universal de desarrolladores que tiene en la Global Game Jam a su mamá y papá– convocaron cibernéticamente a miles de personas para proponer prototipos de juegos. El mismo que, en un momento donde las industrias culturales empujaron una lucha contra la piratería, los usuarios (y por extensión, la industria independiente) se ponen en guardia y lanzan una piña llena de ideas. Así las cosas, los márgenes le dan un F5 a la industria. Una vez. Y otra vez más. Y todas las veces que sea posible hasta que la cosa se actualice.
Por Hernán Panessi
Parecía difícil, pero ante la debacle de la mayoría de los mercados tradicionales de las industrias culturales, hay uno en franca expansión: los videojuegos. El año pasado apareció una película que contaba las peripecias de un grupo de jóvenes desarrolladores que intentaba terminar y posicionar sus productos. Indie Game: The Movie reflotaba la esperanza de quienes daban toda su vida por los fichines: “Si fracaso, me suicido”, dice allí el intenso Phil Fish, creador del juego indie FEZ. Y a cambio recibían... bueno, no mucho. En esa coyuntura, enlazados a aquella lógica de autogestión y puro pecho, brotó una novedad absoluta: una consola de videogames que permitirá crear nuestros propios juegos, publicarlos y hasta incluso modificarlos, toquetear la consola, hackearla y hacer crecer su hardware. Se llama Ouya, se pronuncia “uuu-yah”, saldrá en marzo, es norteamericana y se parece a un cubo mágico.
En los cambios de paradigmas tecnológicos, Ouya, que se dispara a la dimensión sideral de las epopeyas modernas, se inscribe en el concepto de “código abierto”: aquel donde el software deviene libre, apoyado en los beneficios del acceso ídem a su código. La fuente abierta de Ouya la deja lista para crecer: otra vez, modificable, toqueteable, hackeable. Esta consola, que funciona con el sistema operativo Android, fue posible gracias otra tendencia 2.0: el financiamiento colectivo o crowdfunding. Julie Uhrman (fundadora) e Yves Behar (diseñador) subieron el proyecto a Kickstarter y el primer día obtuvieron 950 mil dólares. Y unos 8,5 millones en total. Si bien todavía su venta al público no fue oficializada, ya hay argentinos que la tienen: “Estamos haciendo pruebas para ver cómo funciona”, cuenta Hernán Sáez, desarrollador independiente en Videogamo (responsables del arcade Nave y del videoclip-juego Hoy, de la banda Bicicletas). Es que Ouya todavía es un prototipo. Un concepto mutable que busca feedback –otra vez: autogestión, retroalimentación– para encontrar su punto justo. ¿Cómo conseguirla? A través del sitio de la compañía (www.ouya.tv), por ahora. Y podrá ser reservada vía Amazon.
Y en el mejor momento de los videojuegos independientes, la empresa Activision anuncia el nuevo, flamante, nunca antes visto... Call of Duty, juego de disparos en primera persona que casi ininterrumpidamente desde 2003 cuenta con una frecuencia anual, denotando el poco riesgo que abordan las grandes compañías. A costa de sus presupuestos astronómicos (algo así como 40 millones de dólares, ¡Hollywood en fichines!), las majors de los videojuegos no se la juegan y van a lo seguro. Por ello, desde los márgenes ocurre un fenómeno inverso: se da rienda suelta a la imaginación y hasta suceden milagros. ¿Quién iba a imaginar un juego en torno de un pedazo de carne saltarín financiado por el mainstream? Para rastrear: Super Meat Boy.
Así, el culto por lo diferente sumado a los nuevos aires traídos por plataformas de difusión y comercialización digital como Steam o Steam Greenlight (donde desarrolladores indies suben sus proyectos, el público los vota y el ganador obtiene una distribución mundial, convirtiendo cualquier juego hecho por algún hijo de vecino en un éxito instantáneo; sin olvidar al boom 2.0 de la financiación colectiva, hicieron que proyectos como Ouya se posicionen directamente en un lugar de privilegio. Ese que, en la historia de Kickstarter, el sitio de crowdfunding nacido en 2009, se erige como el segundo en obtener más dinero, tras la aplicación de diseño Peeble: E-Paper Watch, que juntó más de 10 millones de dólares.
Hay que tener en cuenta que Ouya no competirá con las plataformas de Microsoft, Sony o Nintendo, sino que viene a captar un nicho abandonado por las grandes firmas: el de los hardcore gamers, los desarrolladores, los de la cultura independiente, los amantes del retrogaming y, ajam, en consecuencia, algunos modernosos. En un momento histórico en donde los smartphones y las tablets están ganando terreno a las PC y todas ellas a las consolas, Ouya arremete como un concepto intermedio: es barata (su valor será de unos 99 dólares), portable, tiene Internet, gamepads y se juega con una TV. Parece que el cosmos de los desarrolladores se volcará hacia ahí. Habrá que ver, claro, cómo monetizará para que todos ganen.
Dado que aún no hay juegos terminados –quienes tienen el hardware lo consiguieron a través del “kit de desarrollo” ganado en Kickstarter por 700 dólares–, lo que abundan son demos, emuladores y juegos en versión beta. “Estoy en la mesa de trabajo. Tengo como proyecto hacer un juego para la Ouya”, dice Douglas Grillet, desarrollador egresado de la escuela Image Campus, otro de la tríada de personas que poseen la consola en nuestro país. El tercero es Máximo Balestrini, también de Videogamo. Aquí, entonces, el mercado más razonable será el del Free-to-Play (videojuegos sociales/aplicaciones móviles que dan opción a los usuarios de jugar o descargar sin necesidad de pagar), monetizando cuestiones satelitales como más niveles, elementos adicionales y cuestiones estéticas. A la sazón, Grillet agrega: “Se trata de una consola muy poderosa. Posiblemente más que una PlayStation II y una XBox I juntas”.
La Ouya, que todavía no terminó de desembarcar y ya prometió renovarse una vez por año, tiene algunas saludables competidoras. Tal es el caso de Gamestick (www.gamestick.tv), que también funcionará en base Android. Pero, claro, al tratarse de la primera, mantiene el foco de atención. El mismo que posicionaron Google, Netflix, Amazon y Hulu para aliarse y hacer servicios de streaming en conjunto. El mismo que en la última Game Jam –suerte de zapada universal de desarrolladores que tiene en la Global Game Jam a su mamá y papá– convocaron cibernéticamente a miles de personas para proponer prototipos de juegos. El mismo que, en un momento donde las industrias culturales empujaron una lucha contra la piratería, los usuarios (y por extensión, la industria independiente) se ponen en guardia y lanzan una piña llena de ideas. Así las cosas, los márgenes le dan un F5 a la industria. Una vez. Y otra vez más. Y todas las veces que sea posible hasta que la cosa se actualice.
Via: Radar/Pagina12.
0 comentarios:
Publicar un comentario